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s2t2 -El oro oculto de Llamas de Cabrera

El oro oculto de Llamas de Cabrera
El ingeniero de minas Roberto Matías en el interior de la mina de oro de Llamas de Cabrera, en el municipio de Benuza, que descubrió en 2002 . / ICAL
ICAL

VALLADOLID.— Los romanos movieron más de dos millones de metros cúbicos de tierra para extraer unas cinco toneladas de oro de la mina que perforaron en las laderas del valle Airoso. Nadie lo diría recorriendo hoy con la mirada este recóndito paraíso natural protegido por unas montañas pobladas de robles y castaños en las que, ahora, sólo campean los corzos y los jabalíes, donde sólo se escucha el sonido del viento y el de las aguas de un torrentoso riachuelo, en arroyo Valdecorrales, que nace a más de 1.500 metros de altitud. En lo más profundo de estos abruptos parajes pertenecientes la pequeña localidad de Llamas, del municipio de Benuza, en la comarca de La Cabrera, hace 19 siglos, cientos de personas se afanaban por encontrar pepitas de oro en las aguas del río, en las laderas y hasta en las entrañas de la tierra. Porque, por su envergadura, allí se asentó la explotación romana subterránea más importante del noroeste español. La actividad extractiva apenas se mantuvo unos 30 años del siglo I, coincidiendo en el tiempo con la paralización de las labores en Las Médulas. No se explica de otra forma que para ampliar los trabajos en esta mina «destruyesen parte de la red de agua que abastecía el más importante complejo aurífero de la época, como eran Las Médulas», señala su descubridor, Roberto Matías.

El aprovechamiento fue «frenético», advierte este ingeniero técnico de minas que tuvo la buena ventura de darse de bruces con un imponente agujero, «parecido a una sima», recuerda. Más por curiosidad, entró «bajando por una fuente pendiente». «Ante mí, apareció un pasillo labrado de más de cincuenta metros de longitud, por el que podía andar sin agacharme». No lo dudó ni en minuto: «Comprendí que se trataba de una mina abandonada», sentenció.

Ocurrió «por pura casualidad», en una jornada veraniega durante el mes de julio de 2002, cuando Roberto paseaba observando los antiguos canales de agua que recorren las laderas de estos montes, camino de las Médulas. Tras un paseo por la inclinada ladera en donde acababa de encontrar la boca de la mina, observó, a los largo de 350 metros de desnivel, que tenía ante sí lo que fue un complejo minero en el que se integraba, además, una red hidráulica de abastecimiento con seis canales. Luego comprobó que alcanzaban una longitud superior a los 26 kilómetros. También, localizó otra zona de lavado de sedimentos en arroyos y cortas a cielo abierto sobre grupos de filones alterados.

Los ingenieros romanos lanzaban el agua sobre la tierra, que se desmoronaba en ladera, en las excavaciones a cielo abierto. El chorro a presión de agua conseguía dejar al descubierto la zona donde se encontraban los filones de cuarzo aurífero. Por este sistema, conocido como «arrugia», se llegó a mover en una de las franjas más importantes de esta explotación unos 500.000 metros cúbicos de materiales.

Como señala el arqueólogo y científico del CSIC, Javier Sánchez-Palencia, responsable del Plan Director de Las Médulas «es evidente que en Las Médulas había más oro, en cantidad total, pero en La Cabrera existían muchas más minas, unas 30, y la riqueza, el oro existente por metro cúbico de terreno removido, podía ser más elevado».

La relevancia científica de tan sorprendente hallazgo radica en que el conjunto «ha permanecido intacto durante cerca de 2.000 años», desde que lo abandonaron las cuadrillas que horadaron, al menos, cinco galerías en la montaña para localizar hasta veinte vetas de cuarzo donde se incrustaban las partículas de oro. En estos años de investigación, la última aportación ha sido la localización de una nueva galería de acceso a las vetas de cuarzo; otra de desagüe, perpendicular a la entrada principal «como si en un momento determinado se hubiese decidido cambiar la dirección de los trabajos subterráneos» y la determinación de que se trataba de una explotación «sistemática y organizada». Además, afirma Matías, «fue la última fase de explotación del complejo minero de Llamas de Cabrera», tras su cierre, desapareció toda actividad.

Las corredores que los romanos excavaron en esta montaña de pizarra y cuarcita tienen cerca de dos metros de altura, algo más de un metro de ancho, y varias galerías de más de treinta metros de longitud. «En algunos puntos», señala, «se observa las cunetas de desagüe». La estructura del conjunto subterráneo «apenas si se conoce en un diez por ciento» y la forman pozos y galerías unidos entre sí. «El esfuerzo físico que realizaban era inmenso», apunta el investigador, los pasadizos permanecían cubiertos de polvo y, debido a la dureza de las vetas de cuarzo, para avanzar, «calentaban la piedra y, a continuación, con gran rapidez, la enfriaban con agua, para fracturarla».

Los antiguos canales, muchos tallados en la roca, que llevaban el agua del Cabrera hasta las Médulas se conservan casi perfectos en algunos tramos. Tienen una anchura de hasta cuatro pies romanos, algo más de un metro y por uno de ellos se accede desde Llamas hasta la mina. El paseo transita por la segunda conducción de agua más larga de la antigüedad, con unos 143 kilómetros de recorrido. Nacía en La Baña y recorría la ladera con una suave pendiente.

Ahora, sólo queda que, al igual que ocurrió con Las Médulas, incluida en la Lista del Patrimonio Mundial por la Unesco, estas otras explotaciones auríferas también adquieran este nivel de protección, «se lo merecen y, en principio, el adecuado debiera de ser su protección como Bien de Interés Cultural», finaliza Roberto Matías, descubridor de la mina de oro.