Ponferrada
Pons Ferrata. Ponferrada. ¡Herrería! ¡Hierro! Y es que los romanos extrajeron ese metal de estas montañas. Hace un milenio, el obispo de Astorga añadió unos arcos de hierro a un viejo puente romano que, desde entonces, pasó a ser conocido de este modo, Pons Ferrata, un puente que servía de acceso a la ciudad sobre el Sil, y ese Pons Ferrata daría nombre a la actual Ponferrada. La villa ha tenido a los caminos como uno de los ejes de su existencia: primero, como lugar de resuello en la calzada romana que desde Braga se dirigía a Astorga; después, como enclave importante del Camino, y más recientemente, como guardiana de la comunicación entre la Meseta y Galicia.
Tiempo ha, el entorno de Ponferrada fue fenicio y romano, codiciado por sus minas de oro, Las Médulas. Pero, Ponferrada es también y especialmente su impresionante castillo, que ocupa más de 10.000 metros cuadrados, de triple muralla, el otro eje motor de la vida, una fortaleza levantada por los templarios sobre un viejo castro, con doce torres distintas, meca de los amantes y de los curiosos de la orden de estos monjes guerreros. Destaco que no falta quien crea que el Arca de la Alianza se encontraría en algún lugar ignoto y tapiado de sus sótanos. A propósito del Camino, la Orden del Temple, integrada por hombres de Dios custodios de los peregrinos, puso en marcha un curioso sistema bancario: un hombre de posibles, noble o burgués, decide peregrinar a Compostela y, al inicio del periplo, deposita en una encomienda templaria una cantidad en efectivo, contra cuyo depósito recibe un resguardo acreditativo; según peregrina por los caminos del Camino, en las sedes de la orden retira efectivo de aquel depósito. De vuelta en el lugar de origen, le liquidarán cargándole una pequeña cantidad por el servicio. Siglos después, el procedimiento se consolida como habitual.
Laffi se detiene a observar un funeral en Ponferrada para conocer la costumbre del lugar al respecto: acabado el oficio, los parientes del finado se sitúan a la puerta de la iglesia y reciben la limosna que le ofrecen los vecinos, que los acompañan a su casa.
Una vez más, el hombre propone y Dios dispone, como recoge el refrán; o lo que es lo mismo, no me es posible cubrir todos los objetivos que me propongo, y en el caso de Ponferrada, no puedo visitar la iglesia de Santo Tomás de Ollas, según mis notas, mozárabe, del siglo X, con la bóveda de la capilla de la cabecera apoyada sobre arcos de herradura. En mi próxima visita, además, espero degustar el pulpo a la berciana.
Cacabelos
Ponferrada está magníficamente señalizada y salgo de ella con la misma facilidad con que entré. Discurro entre maizales, frutales y viñedos y, siguiendo mi costumbre de madrugar, a las ocho ya me encuentro en Cacabelos. ¡Cacabelos! Cacabelos me trae a la memoria mis once años, el primer curso de bachiller en la aldea bajo la batuta del maestro don Ramón, la Geografía de España, el libro de texto de Comas y la relación de partidos judiciales provincia a provincia. Medio siglo después, recito de carrerilla los de la provincia de León por orden alfabético, como los aprendí; a saber: León, Astorga, La Bañeza, Murias de Paredes, Ponferrada, Riaño, Sahagún, Valencia de don Juan, La Vecilla y Villafranca del Bierzo. ¿Se me habrá escapado alguno? ¿Por qué me lo recuerda Cacabelos?
Pateo la villa y, enseguida, alcanzo la plaza, porticada, hermosa y plena de movimiento: un grupo significativo de personas monta puestos ambulantes. ¿Se tratará de otra feria medieval? Pues, pregunta, Manoliño. Es la feria mensual. ¡Qué curioso! Cacabelos, como otras poblaciones, yo diría que ya pocas, conserva la atávica tradición de la feria mensual.
Cacabelos es urbe del Camino:
... [Cacabelos], ciudad pequeña, donde Delorme, uno de los nuestros, dedicándose a acariciar a las españolas, estuvo a punto de ser atravesado por los sables de dos oficiales de Infantería española, de no ser por las excusas que yo les di por él.
(Guillermo Manier, sastre picardo, 1736)
Y es cuna de buenos caldos, pero hoy me importa por su santuario, de la Quinta Angustia. Dicen mis notas que se encuentra al otro lado del puente sobre el río Cúa. Y como no crucé río alguno, parece de lógica que continúe por la carretera en el sentido que traigo. Cacabelos es villa de porte medio y se recorre a pie en unos minutos; de suerte que enseguida me encuentro cruzando el río y admirando un lagar, monumento al mundo de la vid, que imagino motor y fuente de vida en la comarca. Y, al fondo, a la derecha, el santuario.