La primera vez que pisé el suelo de El Bierzo era casi un territorio virgen. Mientras en la discoteca del Hotel Temple de Ponferrada las bolas y los cañones de iluminación se reflejaban en la pista, en lo alto de Piornedo las excavadoras abrían una carretera para mejorar la calidad de vida de la aldea, donde ancianas con el pañuelo atrapado en el moño se asomaban entre las pallozas. Me perdí en Los Ancares y comí entre colmenas aisladas con paredes de piedra para defenderse de la voracidad golosa de los osos. Manché mis zapatillas con la tierra dorada de Las Médulas y saboreé las anguilas fritas de Posadas. Entonces se empujaba con un vino gordo que nada tenía que ver con los mencía de ahora. La queimada reconfortaba y abisagraba la amistad en aquellas noches en las que los abuelos contaban historias de pastoreo y de lobos, de picos y pistolas en los años del hambre. Fue hace 30 años. Luego he vuelto varias veces más.
Las últimas he fijado la base en Molinaseca, un pequeño pueblo pegado a Ponferrada por el que discurre el Camino de Santiago. Es casi una aldea, un enclave tranquilo con un puente medieval de siete arcos que invita a pasear por su calles -conservan el sabor jacobeo-, y a conversar con sus vecinos. He subido varias veces hacia la Cruz de Ferro, ‘aduana’ obligada de los peregrinos, que depositan una piedra cuando pasan por este punto. Antes he pasado por Riego de Ambrós y El Acebo en una subida con grandes vistas hacia los montes Aquilanos. A media ruta, hay una bifurcación hacia la herrería de Compludo, que data de la época medieval. Ubicada junto a un pequeño río, ha estado cerrada los dos últimos años, pero ahora la intención es abrir la fragua con la contratación de un vigilante. En el pueblo contiguo hay una taberna con carácter para reponer fuerzas.
Ruta hasta antiguos poblados mineros
Desde Molinaseca también se puede hacer senderismo hacia los puentes de Mal Paso o los molinos. Hay una ruta menos conocida, la del hierro, que nos lleva hasta Onamio y Paradasolana, antiguos poblados mineros, vinculados al Coto Wagner. El yacimiento fue descubierto en 1897 por el ingeniero vasco Julio Lazurtegui. Proyectó en esta zona cercana a Ponferrada su sueño ‘Una nueva Vizcaya a crear en el Bierzo’, una nueva planta de altos hornos por la abundancia de hierro, agua y carbón en la zona. En Molinaseca son recomendables para dormir La Posada de Muriel o El Palacio. Para comer siempre paro en el Mesón Puente Romano, el primer edificio, una casa amarilla junto al río Meruelo, que ven los peregrinos que llegan desde Foncebadon. Lo regenta Juan Carlos Aldonza, un cocinero de moda, que lo mismo te prepara un botillo que te coloca un chuletón. Una gran persona, servicial a más no poder, que siempre tiene la sonrisa en la cara pese al mucho trabajo que tenga. Prepara un caldo que dispara las endorfinas.
Pallozas
2. Viñedos de El Bierzo
PARA PERDERSE Castrillo de los Polvazares.
Hacia Castrillo de los Polvazares
Hacia el otro lado, por la Maragatería, en dirección a Rabanal del Camino se llega a Castrillo de los Polvazares. Es un pueblo pintoresco, con calles empedradas y casonas, que se ha puesto de moda por la oferta de cocido maragato en sus numerosos restaurantes. Compuesto por sopa, berza, patatas, garbanzos y siete variedades de carne se acostumbra a comerlo al revés. Es un plato recio que resucita a un muerto. Hace años reconfortaba a los arrieros de la ruta de Astorga a Galicia y proporcionaba ‘combustible’ a los peregrinos del Camino de Santiago, sobre todo en los duros inviernos. Casa Maruja y Casa Juan Andrés son dos buenas opciones para comer.
El Valle del Silencio
En dirección a Ponferrada, que merece una visita para recorrer el castillo de los Templarios y su plaza mayor, parten numerosas rutas. Algunas son imprescindibles. He estado varias veces en Peñalba de Santiago, una aldea de los montes Aquilanos, con casas de tejado de pizarra apiñadas junto a su iglesia mozárabe. Merece la pena el paseo hasta la cueva de san Genadio, donde vivió como eremita el obispo de Astorga en el siglo IX. La vistas del Valle del Silencio son espectaculares. La cecina de la única taberna del pueblo es inolvidable. Más abajo está San Pedro de Montes, un monasterio en su día poderoso y hoy casi abandonado. La zona se conoce como la Tebaida Leonesa, en paralelismo con los ermitaños cristianos que se establecieron en el desierto de La Tebaida, en el antiguo Egipto. Los anacoretas supieron elegir, es un valle tranquilo.
Hice este recorrido de la mano de los Álvarez Gundín, una acogedora familia de Langre, de hosteleros y periodistas, con denominación de origen. Ellos nos llevaron también a los Ancares, una sierra interminable que se adentra en Galicia y que ofrece un laberinto de senderos infinitos. En Balouta y en Piornedo esperan al visitante grupos de pallozas, vestigio de una forma de vida que ha perdurado hasta hace bien poco. Las Médulas constituyen un paraje espectacular de picachos arcillosos donde los romanos extrajeron oro. El mirador de Orellán es una buena atalaya para ver la grandeza de este enclave, declarado Patrimonio de la Humanidad. El monasterio de Carracedo, abadía cisterciense que fue sede de los reyes leoneses. Villafranca, Corullón, Cacabelos. La ruta de las bodegas. El palacio de Canedo, señorial entre las cepas del mítico Prada a tope, del que recuerdo una memorable queimada que todavía no he terminado de destilar. Los viñedos de mencía (uva negra) y godello (blanca) producen unos caldos que enamoran. Se puede comprobar en bodegas como Descendientes de J. Palacios, Losada, Castro Ventosa, Luna Berberide, Dominio de Tares o Pittacum. Algunas botellas las he compartido con Ana, Elizabeth, Ane, Mikel, Gonzalo, Maripaz, Ania, Adolfo, Miki, Eva y Manu. ¡Qué tertulias!
Vista de Molinaseca
Rutas con sabor literario
El Bierzo se deja querer. Atrapó a George Borrow, un viajero inglés del siglo XIX. Y a Juan Benet. El Bierzo era su Región, su Macondo, un territorio en el que, como ingeniero de caminos, construyó los canales de Quereño y Cornatel. También el pantano de Porma, fuera de la comarca. En la soledad de aquellas largas noches empezó a escribir. Luego llegaron ‘Volverás a Región’ y Herrumbosas lanzas’. Rutas literarias. Por el valle del Selmo. Oencia y la Peña del Seo, donde se ubica la antigua explotación del wolfram, un mineral que se disputaron los nazis y los aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Lo ha narrado muy bien Raúl Guerra Garrido en su novela ‘El año del wolfram’. El valle del Cabrera por los embalses del Sil. Puente de Domingo Flórez. La Baña, con un lago que es monumento natural. Una zona perdida. El profesor Ramón Carnicer publicó ‘Donde las Hurdes se llaman Cabrera’ en el que denunciaba las condiciones de vida de los habitantes de estos pueblos, dejados de la mano de Dios. En la ruta abre sus puertas una estupenda casa rural, La Ferrería de Pombriego, en la que se puede vivaquear.
COMERMesón Puente Romano
La presa s/n (Molinaseca)
Posada de Muriel
Plaza del Cristo s/n (Molinaseca)
Casa Maruja
Real, 24 (Castrillo de los Polvazares)
Moncloa de San Lázaro
Cimadevilla, 97 (Cacabelos)
DORMIR
La Posada de Muriel Plaza del Cristo s/n Molinaseca
El Palacio El Palacio, 16 (Molinaseca)
Palacio de Canedo La Iglesia, s/n (Canedo)
La Ferrería de Pombriego Chanos, s/n (Pombriego)
Todo esto lo comparto con mi amigo Eloy García, compañero con el que conviví durante nuestros estudios de Periodismo en la residencia Azorín, del padre Unciti, en Madrid.
Eloy es de San Pedro de Trones y berciano de pro. Y un gran conversador y devorador de libros. Es un seguidor empedernido de Ramiro Pinilla desde que el escritor de Getxo publicó ‘Antonio B, el rojo’, reeditado en 2007 como ‘Antonio B, el ruso’. El protagonista del fantástico relato procedía de La Baña. La intrincada comarca de La Cabrera acogió al maquis, a los guerrilleros antifranquistas.
Resistentes y combativos como los mineros. Fabero, Villablino, Toreno. Hace años recorrí las galerías de Antracitas de Gaiztarro, un tajo duro, pero que daba de comer. Y bien. Pero todo tiene su ciclo y el del carbón parece que ya ha pasado. Pero El Bierzo se reinventa. Cualquier época del año es propicia para el viaje. En primavera -cuando los cerezos y los ciruelos estallan el flor-, en otoño -cuando el hayedo de Busmayor cambia de piel y los bosques ofrecen sus magostos-, en invierno -cuando está a punto el botillo y la matanza-, o en verano -cuando el sol nos regala días largos y cálidos-, El Bierzo espera. Para hacer nuevos amigos.